- Littera Libros acaba de cumplir cuatro años. ¿Cómo enjuiciarías, en términos generales, la trayectoria de la editorial?
Intentando ser objetivo (al fin y al cabo son amigos míos), diría que es la trayectoria de una editorial que ha sabido hacer excelencia de la humildad con la que se aventuró a salir a un mundo verdaderamente complejo y desafiante. La dedicación casi heroica de sus promotores –ellos mismos poetas-, el esmero en el cuidado de sus libros y el trato fraternal con sus autores, han obrado el milagro. Legitimada por unos lectores que quizás echen en falta tiradas más amplias para hacerla más accesible, Littera Libros puede sacar ahora la cabeza con el orgullo de los supervivientes.
- ¿Qué supuso para el conjunto de tu obra el libro que publicaste con nosotros?
Para mí supuso la oportunidad de dar a luz algo diferente a la poesía que había venido publicando en los últimos veinticinco años. El cuenco de la mano es lo único que he escrito en prosa en todo este tiempo, y el hecho mismo de su escritura, su justificación, tiene su origen en el amable ofrecimiento que en su día se me hizo de publicar en Littera, algo que acepté de inmediato –sin saber en qué iba a consistir exactamente mi participación- a la vista de alguno de los primeros ejemplares que llegaron a mis manos, de una exquisitez poco común. El resultado fueron aquellas prosas que, sin dejar de hacer referencia a mi poesía y a sus circunstancias fundacionales, me acercaron a nuevos lectores y en mí mismo abrieron nuevas expectativas de futuro.
3. ¿En qué estás trabajando en la actualidad?
En un nuevo libro de poemas del que hasta ahora no tengo ni la palillería, sólo notas sueltas y la voluntad de escribirlo sin prisas.
4. ¿Podrías adelantarnos una parte de ese nuevo trabajo?
A falta todavía de algo que merezca la pena, aquí va un texto de estirpe cacereña de los que ruedan por los cajones:
Ciudad Antigua
Aunque los constructores dejan bajo los edificios la semilla del desmoronamiento, en lo alto, en las desmochaduras de las torres, mientras el sol arranca reflejos minuciosos de las piedras, de la argamasa pobre de las indefensiones, la mirada reúne los cielos de este mundo en uno solo de un azul olvidado.
No hay otra luz que ésta. Ni otra claridad.
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