(Ésta es la reseña que Enrique García Fuentes publicó en
Una de las cosas más divertidas que puede encontrarse uno en el actual mundillo literario extremeño son las atrevidas soflamas con que José María Cumbreño inunda, desde su página web, las recientes apariciones de la editorial villanovense “Littera libros”, a la que siempre ha estado muy vinculado. Pero lo mejor de todo (agárrense) es que, tras esa bromista forma de libelo literario, la mayor parte de las veces, hay mucho de verdad escondido dentro; dicho de otra manera, que Cumbreño, sobre ser buen poeta, demuestra un curioso olfato crítico que, muchas veces lo quisiera el que abajo firma. La arrebatada prosa con que insta, cual si de un levantamiento popular se tratase, a internarnos en los vericuetos de autores absolutamente noveles por estos lares, encierra en sí, sin embargo, mucho de certeza y una satisfacción sólo menoscabada por la noción de no haber sido uno quien lo descubrió primero. Ocurrió con David Yáñez, pasó con Elena Román y les garantizo que ha vuelto a acertar en los casos que hoy nos concitan, sobre todo en el del mejicano Omar Pimienta -aunque no sea desdeñable, tampoco, el atrevido poemario que presenta Antonio Orihuela -.
Antonio Orihuela
No soy partidario, aunque ya lo he hecho más de una vez, de aparear libros distintos en una reseña, pero muchas veces, a la falta de espacio, a la lógica premura por darlos cuanto antes a conocer, se une el hecho de las (para mí) evidentes similitudes que contraen y que quizá sea fácil relacionar porque salen a la luz en períodos muy cercanos; de existir mayor separación en sus publicaciones (o, vale, de no ser leídos en lapsos coincidentes) quizá lo que hoy a mí me parecen coincidencias no fueran en otras circunstancias. Pero lo cierto es que entre El corazón no duerme, de Antonio Orihuela, y Primera persona: ella, de Omar Pimienta, aparte de la casa común que hoy los a da a conocer, los intuyo unidos porque entre ellos sobrevuela el prototipo más único de ángel bueno que conoce la poesía contemporánea; me estoy refiriendo (como quizá se haya intuido) a César Vallejo. Flanqueado al comienzo y al final por sendos poemas compuestos por exuberantes enumeraciones (“Luz de nuevo perdida” y “El mapa del mundo”), el cuerpo del libro de Orihuela lo constituye una parte central que le da título y en la que el poeta amalgama evocaciones de la figura paterna con imágenes de un raro onirismo, pespunteadas por una historia amorosa latente y un culturalismo actual que logra, en su conjunto, un efecto inquietante.
Omar Pimienta
La evocación de otra figura, en este caso la materna, redondea el otro libro que nos ocupa. Recién salgo (¿otra coincidencia?) de la avalancha que plantea Junot Díaz en su memorable La maravillosa vida breve de Óscar Wao, cuando vuelvo a sentirme sacudido por el ímpetu casi grafómano de esta entrega de Omar Pimienta. Se sale de ella borracho y aturdido, vapuleado por un derroche de palabras que, como una presa que rompe, o un glaciar que avanza inexorable, arrastra entre sus palabras sudor y uñas, placer y convalecencia, derrota y atosigante incertidumbre. Del mismo modo que la ola nos estalla cuando avanzamos y la sal, las algas, la arena removida, las conchitas rotas y el agua feroz nos acribillan, así nos sacuden estos versículos, ebrios de ritmo y vocablos terebrantes que nos hacen mantener, una vez más, la fe en la poesía: “lo peor de tus fotos es cuando las toco / la punta de mis yemas huelen a ti / como pelar alguna fruta / con una cáscara de imágenes // y descubrir // la pulpa de algún recuerdo en movimiento”. Tiene razón Cumbreño, sí.
ENRIQUE GARCÍA FUENTES
Omar Pimienta, Primera persona: ella y Antonio Orihuela, El corazón no duerme. Ambos en Villanueva de
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