domingo, 6 de septiembre de 2009

Antonio Orihuela y el cuarto aniversario de Littera Libros

Antonio Orihuela

1. Littera Libros acaba de cumplir cuatro años. ¿Cómo enjuiciarías, en términos generales, la trayectoria de la editorial?
2. ¿Qué supuso para el conjunto de tu obra el libro que publicaste con nosotros?
3. ¿En qué estás trabajando en la actualidad?
4. ¿Podrías adelantarnos una parte de ese nuevo trabajo?

1. Siempre he creído en los proyectos pequeños, en lo mínimo, en lo que se pone más corazón que lógica mercantil, y yo creo que Littera está por esta linea de trabajo, por este hacer, los libros hasta ahora publicados lo demuestran y creo que la transforman en un referente más allá de Extremadura y más acá, porque romper con el círculo vicioso de lo local también es un mérito suyo. Con la perspicacia de los que la hacéis posible a mi solo me queda desearos todo lo mejor, y cuatro años creo que son un buen aval de vuestro trabajo y de la proyección de futuro de estos pequeños sueños de la edición contracorriente.

2. A tan pocos meses de la edición del mismo no sé qué decir sobre este particular, creo que sois vosotros los que tendréis más perspectiva sobre el mismo, de todos modos la puesta en marcha de la página web estoy seguro de que va a hacer mucho por la difusión del catálogo de la editorial. En lo personal satisfacción y alegría de ver a mi primer hijo extremeño correr por ahí, después de 16 años en la región no está mal y que detrás de él estéis vosotros, amigos y cómplices en tantas cosas pues es mi mejor premio. Al libro, pues vamos a dejarle que vuele, ya sabéis como son los libros de poemas.

3. Estoy escribiendo un ensayo de carácter histórico sobre el periodo de la segunda república en mi pueblo natal y llevo sin escribir poesía casi un año, así que espero terminar este invierno con el dichoso ensayo y sintonizar de nuevo, porque ando muy perdido poéticamente hablando.

4. Bueno, va un fragmentito...

Por increíble que parezca, aún hay gente que aún tiene miedo, y otros que no quieren hablar, son las últimas víctimas del fascismo español. Muchas otras voces siguen, todavía hoy, diciendo que hay que olvidar, que es lo mismo que decir que hay que aceptar que nuestro presente está construido sobre el genocidio, sobre la violencia, sobre el olvido, la manipulación y la lectura triunfalista de la historia. Es fácil olvidar para quienes no sufrieron las consecuencias del franquismo, para quienes saben donde están sus muertos, para quienes estuvieron durante cuarenta años recordando el “terror rojo”. Es más fácil aún cuando, en lo que a historias locales se refiere, estamos bordeando ya el punto de no retorno de la memoria oral, con lo que, teniendo en cuenta que la mayor parte de la documentación comprometedora de aquel tiempo y aquellos crímenes también fue oportunamente hecha desaparecer a lo largo de los cuarenta años de franquismo y sobre todo, en los de la transición, pronto estaremos, si hacemos caso a los partidarios del olvido, ante la evidencia de que la única Historia que no se ha “olvidado” volverá a ser la versión de los hechos que el franquismo dio en su día. Contra este nuevo crimen, también creemos que hay que reaccionar si queremos que la política no siga sustentándose sobre la violencia.

Si hacemos del olvido nuestra única forma de recordar nos será imposible cambiar de lógica política y continuaremos la trayectoria recibida, aunque eso signifique caminar sobre nuevas injusticias y renunciar a la libertad y la responsabilidad.

Aunque la memoria no puede ser la sustituta de la justicia, al menos, allí donde no hubo justicia, quede la memoria que nos haga conocer, porque lo sucedido puede volver a suceder, hay que sobreponerse también al proyecto de olvido que persiste sobre aquellos sucesos, sobre aquel crimen contra la humanidad que se desató en las provincias del suroeste español. Por eso es fundamental sacar a la luz las víctimas, no por sus creencias, sus ideas o su conducta, no porque fueran santos, buenos, tuvieran muchos méritos o fueran portadores de un mensaje, no porque tuvieran “mala suerte”, sino porque fueron objeto de la violencia, del ultraje, de la degradación, del terror y la muerte. Solo por eso hay que hacerlas visibles y que se conviertan en la piedra angular de la justicia y de una concepción moral de una ciudadanía dispuesta a hacerse cargo de los daños que se ha hecho a las víctimas y a oponerse a cualquier proyecto político que lleve en sí el germen de la violencia.




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